La fe no necesita "venderse" con la moda
Una importante pensadora católica explica por qué eventos con artistas famosos como el que se celebró en la Plaza San Pedro no sirven para evangelizar
El espectáculo de cantantes y drones en la Plaza de San Pedro
El pasado 11 de Septiembre publiqué un artículo criticando la iniciativa del cardenal Mauro Gambetti, presidente de la Fundación Fratelli Tutti y arcipreste de la Basílica de San Pedro, de convocar a la farándula mundial de la música para un evento celebrando nadie sabe qué cosa de la humanidad bajo el genérico nombre de “Gracia para el Mundo”.
Varios comentaristas católicos señalaron luego del evento, que “Gracias para el Mundo” había sido magnífico, que todos los cantantes, incluyendo los más mundanos, se habían portado correctamente, no dijeron nada inapropiado y vistieron con propiedad.
También elogiaron el despliegue espectacular de drones organizado nada menos que por Kimbal Musk, el hermano del billonario Elon.
Lo que está en juego, sin embargo, no es si los organizadores, raspando, se libraron de un escándalo y se el espectáculo fue entretenido. Es más bien si la Iglesia, para predicar el Evangelio, necesita de estas extravagancias.
Para una eximia teóloga especializada en el pensamiento de los papas San Juan Pablo II y Benedicto XVI, la respuesta es no.
Su nombre es Tracey Rowland, y ocupa la Cátedra de Teología San Juan Pablo II en la Universidad de Notre Dame (Australia). En 2020 ganó el Premio Ratzinger de Teología y en 2023 fue nombrada miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales.
La preocupación de una teóloga
Rowland publicó recientemente una explicación de su postura en el blog the Substack llamado “What we need now” (“Lo que necesitamos ahora”), en un artículo en inglés titulado “No más tonterías infantiles”
La teóloga, en el post, relata cómo recibió por correo electrónico una andanada de pedidos de comentario sobre el evento. Como confiesa, ni lo había visto ni pensaba pagar a Disney+ para verlo. Pero revisó medios de comunicación y descubrió, por lo pronto, el perfil de cantantes como “Jelly Roll” o “Bam Bam”.
Después de leer sobre Bam Bam, el ídolo K-Pop, y cómo sus canciones elogian el consumo de drogas y el sexo casual, Rowland visitó un artículo periodístico secular sobre el concierto y encontró el nombre de otro cantante, Pharrell Williams, quien cantó una canción llamada “Happy”. Escribe la teóloga australiana:
Busqué la letra en Google y la encontré más que banal, incluyendo el verso: ‘¡Aplaude si sientes que la felicidad es la verdad!’. Para mí, sonaba más a budismo que a catolicismo. Según otro artículo periodístico, Williams gritó a la multitud: “En este momento histórico, les pido que elijan la gracia. Elijan la curiosidad. Elíjanlas hasta que se vuelvan contagiosas. Y, juntos, inundaremos el mundo con esta luz y este amor’”.
Rowland luego describe su descubrimiento de la rapera colombiana Karol G. Más inocente que yo, la teóloga se aventuró a ver en YouTube uno de sus vídeos: “No necesité más que los primeros 20 segundos para convencerme de que quienes me habían escrito desde internet para descargar su desesperación tenían razón”.
La teóloga australiana reconoce que también se ejecutaron clásicos católicos, como el Ave María de Schubert interpretado por Andrea Bocelli, o las canciones del P. Marco Frasina, director del Centro Pastoral de Adoración del Vaticano.
¿Para qué hacerlo?
Pero acá es donde Rowland llega a las preguntas fundamentales: ¿Qué fue este evento? ¿A quién iba dirigido? ¿Qué pretendía lograr? ¿De verdad alguien pensó que invitar a gente de los barrios más sórdidos de la industria del espectáculo a cantar en la Plaza de San Pedro los convertiría a Cristo, o a sus seguidores a Cristo? Y si no, ¿para qué hacerlo?
Rowland ensaya una explicación, al afirmar que el evento tiene el sello de “Relacionismo“ recalentado. El Relacionismo es la idea de que la mejor manera de evangelizar el mundo es relacionar la Fe con lo que está de moda en la cultura.
Para entender qué significa el Relacionismo a generaciones jóvenes, Rowland suele mostrar un video de YouTube del himno “Children of God”, compuesta en los 60 ‘s para la “Misa para Jóvenes Estadounidenses”. En el video, un grupo de adolescentes, vestidas principalmente con pantalones cortos y camisetas bailan alrededor de un bosque cantando el himno mientras rasguean la guitarra. Al final del video, las guitarras de las chicas están apoyadas contra los árboles del bosque. No hay nada en el video que sea remotamente eucarístico, a pesar de que el himno fue escrito para ser cantado en la Comunión. No hay custodia, ni hostia, ni siquiera uvas ni gavillas de trigo. El vídeo simplemente muestra a chicas atractivas tocando la guitarra.
El Relacionismo llega a San Pedro
Según la catedrática, si se aplica el Relacionismo a un análisis de lo ocurrido en la Plaza de San Pedro, el razonamiento es similar al siguiente: si Bam Bam es cool y la Iglesia lo invita a cantar en su sede, quienes piensan que Bam Bam es cool pensarán que la Iglesia es cool, y una vez que piensen que la Iglesia es cool, todos empezarán a hacer cola para el bautismo.
Pero los sociólogos nos dicen que no funciona así. Las partes de la Iglesia donde más floreció el Relacionismo, como Bélgica y Alemania, son ahora desiertos espirituales.
Escribe Rowland:
Independientemente de las críticas teológicas que se le puedan hacer, simplemente no atrae a la gente a la Iglesia y desalienta a los jóvenes. Un joven cardenal Ratzinger lo llamó una vez ‘tonterías infantiles’ y señaló que la Iglesia no es una mercería que renueva sus escaparates con la llegada de cada nueva temporada de moda. Además, ser joven no significa ser estúpido. Se dan cuenta de cuándo los están infantilizando y lo resienten profundamente. Huyen porque anhelan algo verdaderamente bello y trascendente.
¿O es “Gradualismo”?
Rowland dice que la otra posibilidad es que los que se hizo en la Plaza de San Pedro fue una aplicación del “Gradualismo”, la teoría según la cual los jóvenes neopaganos de hoy no pueden ser confrontados de golpe con todo lo que deben dejar si quieren ser cristianos, sino que el proceso debe ser “gradual”.
La palabra de moda asociada con el gradualismo es “acompañamiento”. Se necesita a alguien católico practicante para acompañar a los paganos en su camino hacia el cristianismo; de lo contrario, no llegan a ninguna parte. Aceptan la hospitalidad, pero siguen siendo paganos.
Concluye Rowland:
Si el gradualismo justifica el concierto en la Plaza de San Pedro, surge la pregunta: ¿se ha designado a algún líder eclesiástico para ayudar a Pharrell Williams a comprender que Cristo, no la felicidad, es la Verdad? ¿Habrá líderes eclesiásticos que se mantengan en contacto con Williams y compañía para responder a sus preguntas teológicas, suponiendo que tengan alguna? ¿Y qué atención pastoral se ofrecerá a los católicos escandalizados, incluyendo a los jóvenes católicos escandalizados, que siguieron todo el espectáculo y que son conscientes de lo mucho que se desvió de los estándares básicos de la cultura católica? ¿Quién los consolará y los aconsejará contra la desesperación?