Una homilía de no perderte
Presidiendo el Jubileo del Deporte, el Papa León XIV pronunció una homilía conectando la vida cristiana con el esfuerzo deportivo de manera novedosa. Un clásico de la homilética.
El domingo 15 de junio, el Papa León XIV presidió en la Basílica de San Pedro el Jubileo de los Deportistas, donde dirigentes y famosos jugadores -especialmente italianos- se dieron encuentro para participar de la Santa Misa.
Durante la homilía -en mi opinión camino a convertirse en un "clásico" de la conexión entre vida cristiana y deporte- el Pontífice abordó con profundidad y creatividad el tema de cómo la actividad física organizada se relaciona con la vida cristiana con algunas aproximaciones novedosas como:
La importancia de aprender a perder para poder ganar
El valor del juego en equipo ante el creciente aislamiento de las redes sociales
Cómo nadie nace "campeón", como nadie nace santo.
Aquí los párrafos que más admiro de la homilía:
“El binomio Trinidad-deporte no es precisamente habitual, sin embargo, la asociación no es absurda. De hecho, toda buena actividad humana lleva consigo un reflejo de la belleza de Dios, y sin duda el deporte es una de ellas. Después de todo, Dios no es estático, no está cerrado en sí mismo”.
“Algunos Padres de la Iglesia hablan incluso, con audacia, de un Deus ludens, de un Dios que se divierte. Es por eso que el deporte puede ayudarnos a encontrar a Dios Trinidad: porque requiere un movimiento del yo hacia el otro, ciertamente exterior, pero también y sobre todo interior. Sin esto, se reduce a una estéril competencia de egoísmos”.
“San Juan Pablo II —un deportista, como sabemos— hablaba así: ‘El deporte es alegría de vivir, juego, fiesta, y como tal debe valorarse […] mediante la recuperación de su gratuidad, de su capacidad para estrechar lazos de amistad, para favorecer el diálogo y la apertura de unos hacia otros, […] por encima de las duras leyes de la producción y el consumo y de cualquier otra consideración puramente utilitaria y hedonista de la vida’”.
“En una sociedad marcada por la soledad, en la que el individualismo exagerado ha desplazado el centro de gravedad del ‘nosotros’ al ‘yo’, terminando por ignorar al otro, el deporte —especialmente cuando se practica en equipo— enseña el valor de la colaboración, de caminar juntos, de ese compartir que, como hemos dicho, está en el corazón mismo de la vida de Dios”.
“En una sociedad cada vez más digital, en la que las tecnologías, aunque acercan a personas lejanas, a menudo alejan a quienes están cerca, el deporte valora la concreción de estar juntos, el sentido del cuerpo, del espacio, del esfuerzo, del tiempo real. Así, frente a la tentación de huir a mundos virtuales, ayuda a mantener un contacto saludable con la naturaleza y con la vida concreta, único lugar en el que se ejerce el amor”.
“En una sociedad competitiva, donde parece que sólo los fuertes y los ganadores merecen vivir, el deporte también enseña a perder, poniendo a prueba al hombre, en el arte de la derrota, con una de las verdades más profundas de su condición: la fragilidad, el límite, la imperfección. Esto es importante, porque es a partir de la experiencia de esta fragilidad que nos abrimos a la esperanza. El atleta que nunca se equivoca, que no pierde jamás, no existe. Los campeones no son máquinas infalibles, sino hombres y mujeres que, incluso cuando caen, encuentran el valor para levantarse”.
“No es casualidad que, en la vida de muchos santos de nuestro tiempo, el deporte haya tenido un papel significativo, tanto como práctica personal que como vía de evangelización. Pensemos en el beato Pier Giorgio Frassati, patrono de los deportistas, que será proclamado santo el próximo 7 de septiembre. Su vida, sencilla y luminosa, nos recuerda que, así como nadie nace campeón, tampoco nadie nace santo. Es el entrenamiento diario del amor lo que nos acerca a la victoria definitiva”.
Hay mucho más que leer y digerir de esta homilía:
La puedes leer aquí:
Solemnidad de la Santísima Trinidad - Jubileo del Deporte. Homilía del Santo Padre León XIV