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Jerry Coyne se muestra acertado cuando descubre la deriva gnóstica, presente en el movimiento transgénero: Se trata, en el fondo, de una deriva hacia el propio ego, como auto-determinante. Pero, más aún, haremos bien en relacionar la antigua y nueva gnosis con diversas tendencias de la sub-cultura “woke”.

Veamos:

La gnosis (el conocimiento salvífico propio de los iniciados, de los iluminados), responde –aunque equívocamente– a nuestra natural tendencia de realización personal. Por esto, siempre será atractiva.

Mediante la gnosis secularista (no religiosa) se busca la realización individual, autónoma, desligada de Dios. Se pone la confianza, entonces, en las propias potencialidades e inclinaciones, con despreocupación de si sean objetivamente justas o no. Más aún, pretende dictaminar qué sea bueno y que no, según el capricho individual, o según el consenso de quienes piensen de manera parecida. De aquí se llega al relativismo valorativo y, en fin, al iuspositivismo.

El núcleo básico de esta gnosis está presente, con multiformes vestidos, en toda época. Incluso, podemos remontar su raíz hasta nuestros primeros padres, apetentes del conocimiento, autónomo, del bien y del mal. Todos somos susceptibles a ella. Se la ha llamado, con términos provocadores: iluminación, ilustración, autosuperación, despertar (woke). En fin, es eco de la arcana tentación “seréis como dioses” (cf. Gn 3, 5), o sea, la supuesta adquisición de conciencia de la propia suficiencia para lograr la autoliberación, sin verdadera renuncia a cuanto contradice las exigencias de la propia naturaleza –o sea, el pecado–, sin la necesaria conversión a Dios.

Su fruto, moralmente, es el egoísmo (el enroscamiento sobre el propio yo, como expresaba San Agustín). Su antagonista es la autodonación por el amor –difundido por Dios en nuestros corazones (cf. 2Cor 4, 6) –característica de la “gnosis” cristiana.

Con la finalización de la organización socio-política de la cristiandad, se ha posicionado la gnosis no cristiana, como estandarte, de un modo llamativo, en la cultura de los últimos siglos. Ya el ilustrado del siglo XVII se consideraba librepensador, emancipado de prejuicios –en especial, religiosos y, en consecuencia, morales; él viene a corresponder al actual woke (despierto), que caracteriza a la modernidad secularizada –que, como dije, tampoco es sólo de hoy: “Nada nuevo hay bajo el sol” (Qo 1, 9).

En fin, ahora, ¿cómo nos entendemos, en cuanto modernos? He aquí una respuesta común: Nos consideramos autónomos –emancipados de imposiciones externas–, y, por tanto, creadores de nosotros mismos. De ahí las expresiones en uso: “Sé tú mismo”, “mi libre auto-determinación”…

Pero, por otra parte, al escindirnos de referentes estables, perdemos la seguridad de una identidad más o menos definida, tenemos dificultad para configurarnos con algún modelo normativo, nos fascinamos por el devenir, somos presas de ensueños. Pretendemos configurarnos a nosotros mismos, en cada momento, sin un punto de inicio, ni de llegada… Cada cual se modela según sus momentáneas decisiones, sin una dirección determinada.

Paradójicamente, ante la incertidumbre, ante la pérdida de sentido, podemos buscar un sucedáneo en sistemas impositivos, de tendencia totalitaria. En este sentido, se explica la afición de los propaladores del "despertar" (woke) por los regímenes de tendencia totalitaria (incluyendo el islam).

En fin, ¡qué confusión! sólo sanada por Jesucristo, camino, verdad y vida (cf. Jn 14, 6).

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