Finalmente habla la ‘Nana’ de Carlos Acutis
Un revista ha entrevistado a la mujer polaca que introdujo a la fe al nuevo ‘Santo del Milenio’. En ella revela bellos detalles hasta ahora desconocidos
Antonia Salzano (a la izquierda), Beata Anna Sperczyńska (a la derecha) con el pequeño Carlo Acutis. (foto: cortesía de Beata Anna Sperczyńska, vía Vita.it)
Su nombre es Beata Anna Sperczyńska y actualmente es una exitosa empresaria en Nueva York, pero hace casi 30 años. Recién salida de Polonia, encontró un trabajo como ‘Nana’ de Carlo Acutis y, como reconoce la misma madre del nuevo santo Antonia Salzano en su libro “El Secreto de Carlo Acutis” fue quien lo introdujo a la fe y la devoción.
Salvo por esta referencia de Antonia en la biografía de su hijo, muy poco se sabía de Beata. ¿Dónde estaba? ¿Qué más sabía sobre el nuevo santo? ¿Confirmaba lo que la familia y los amigos decían de Carlo?
Estas eran preguntas no resueltas para los múltiples devotos de San Carlo Acutis, hasta que la periodista Diletta Grella, de la plataforma periodística italiana “Vita.it” la encontró en Roma, donde había llegado discretamente para participar de la canonización de Carlo el septiembre pasado.
Quién es Beata
Según Grella, Beata vive actualmente en Nueva York, donde es directora ejecutiva de una importante agencia creativa, y viajó a Roma para asistir a la canonización de Carlo en San Pedro.
“Su voz, en el teléfono, deja entrever la mezcla de emoción y humildad con la que vive este momento (la canonización de Carlo)”, cuenta la periodista de Vita.it en la exclusiva entrevista en italiano.
Beata vivió con Carlo Acutis y su familia en Milán durante tres años, de 1993 a 1996, cuando el pequeño tenía entre dos y cinco años.
En ella cuenta que la primera oración que aprendió Carlo Acutis fue el Ángel de Dios… ¡Pero no en italiano, sino en polaco! Beata, que nació y creció en un pueblo de 500 personas en el sur de Polonia, cuenta que “Carlo canturreaba la oración todas las noches, como una canción infantil, con su vocecita alegre”. “Decía: Aniele Boży, stróżu mój (‘Ángel de Dios, que eres mi custodio’) y después nos dormíamos en la misma habitación”.
Su historia con Carlo
La otrora “Nana” polaca explicó que no sólo está emocionada con la canonización de Carlo, sino que “me siento fuera de lugar. He pensado mucho en lo que pasó. Creo que fui un instrumento en un plan más grande. Estoy convencida de que Carlo me eligió. Fui yo quien le habló por primera vez de Dios, que para él era un desconocido”.
“Pero fuera de eso -agrega con humildad- yo no soy nadie”.
Entre las bellas historias inéditas que Beata comparte en la entrevista, está cómo fue el abuelo de Carlo, en Nápoles -en su casa de verano- donde fue contratada apenas llegada a Italia para encargarse de Carlo.
Por la barrera del idioma -ella al principio hablaba muy poco italiano- “empezamos a comunicarnos imitando sonidos de animales. Desde el primer momento hubo una conexión increíble.”
Cuando el abuelo llamó a los padres, Antonia y Andrea, y les dijo que ella era la persona adecuada para ser la “nana” de Carlo, y recibió la oferta de viajar a Milán -en el rico norte italiano- “no lo dudé: dejé a mi novio (polaco) y me mudé al norte, donde nunca había estado antes”.
Beata también cuenta cómo el pequeño Carlo creía que en cada iglesia, donde estaba el Santísimo Sacramento, había un “Jesús” distinto; y por ello al visitar una nueva de las innumerables iglesias de Milán, decía “hoy he hecho un nuevo amigo”
La personalidad del pequeño Carlo
La otrora “nana” describe al pequeño Carlo como un niño “alegre, curioso” y “sin miedo al juicio de los demás, seguía su propio camino”. Carlo “vivía rodeado de una familia culta y afectuosa, con personalidades fuertes y distintas”. Por ello, le encantaba hacer preguntas, quería entender, profundizar. “Era muy inteligente, con una capacidad natural para captar la complejidad y los matices del mundo”.
“Todas las noches nos arrodillábamos junto a la cama para rezar, a menudo el Rosario. Carlo tenía un pequeño rosario de diez cuentas que apretaba en la mano al dormirse,” cuenta también Beata.
Un pronóstico
Beata comparte en la entrevista el profundo impacto que Carlo ha tenido en su vida, y la manera misteriosa, sobrenatural, como su persona y su historia ha ido apareciendo en muchas e inesperadas ocasiones.
Y por eso, la hoy empresaria polaca se atreve a hacer un pronóstico:
“Tengo mucha esperanza en él. La canonización es solo el comienzo de una historia maravillosa. Muchas más cosas sucederán gracias a Carlo”.
Aquí la entrevista completa de Diletta Grella traducida al español, con algunas anotaciones. Vale la pena cada línea:
¿Cómo conociste a Carlo?
Vivía en Polonia y tenía un novio que a mis padres no les gustaba mucho. En 1993, cuando tenía 21 años, mi padre me dio dinero para un viaje a Italia con él, convencido de que pasar tiempo juntos nos separaría. Llegamos a Nápoles [en el sur de Italia], nos alojamos en un hotel barato cerca de la estación de tren y empezamos a buscar trabajo para pagar los estudios universitarios que empezaríamos al volver a casa. El dueño me sugirió que llamara a un amigo suyo, que buscaba una niñera para su nieto. Unos días después, me encontré en Centola, un pequeño pueblo cerca de Palinuro , en la casa de vacaciones de Antonio y Luana, los abuelos maternos de Carlo. Carlo estaba allí con ellos y tenía dos años por aquel entonces. Mi abuelo me pidió que me quedara a pasar la noche, pero la casa era pequeña, así que dormí en la misma habitación que Carlo. Sé que lo que voy a decir puede parecer pintoresco, pero recuerdo cuando nos despertamos por la mañana: él llevaba un pijama ligero y había una luz preciosa que dividía nuestra habitación en dos. Casi como una tercera presencia además de nosotros dos. Yo aún no hablaba bien italiano y él era muy pequeño, así que empezamos a comunicarnos haciendo sonidos de animales. Enseguida se desarrolló una conexión increíble entre nosotros. Tanto es así que esa mañana, su abuelo llamó a Antonia y Andrea, los padres de Carlo, y les dijo que yo era la persona indicada. Unos días después, llegaron a Campania [región de Italia donde se encuentra Nápoles] y me pidieron que me fuera a vivir con ellos a Milán [al norte de Italia]. No lo pensé dos veces; dejé a mi novio y me mudé a la capital de Lombardía, donde nunca había estado.
¿Cómo pasaban los días Carlo y tú?
En casa, había reglas y horarios que respetar. La comida y la cena eran momentos importantes, para compartir en familia. El resto del día, siempre estábamos juntos, él y yo.
Vengo de un pequeño pueblo rural rodeado de naturaleza. Mis abuelos me habían enseñado que, para mantenerme sana, era importante quitarse los zapatos y caminar sobre la hierba húmeda. Así que todos los días llevaba a Carlo a los jardines de Pagano [el distrito de Milán donde vivían los Acutis], nos quitábamos los zapatos —de hecho, yo llevaba zuecos— y caminábamos. Caminábamos y nos reíamos. Entonces los padres de Carlo se enteraron y les preocupaba un poco lo que pudiéramos pisar, así que dejamos de hacerlo...
Y luego hay otra cosa que aprendí de niña: a rezar. La Iglesia, en Polonia, era nuestro único referente cultural y centro comunitario. Así que, uno de los primeros días que estuve en Milán, Carlo y yo entramos en la iglesia de Santa María Secreta —la misma donde se celebraría su funeral—, encendimos una vela y le hablé de Jesús. Carlo regresó a casa lleno de alegría y se lo contó todo a sus padres, quienes no lo tomaron muy bien. Su madre, Antonia, proviene de una familia laica. Su padre, Andrea, fue criado como católico, pero no practicaba la religión en ese momento. Un poco decepcionados por haber tomado la iniciativa de ir a la iglesia con su hijo sin avisarles primero, me hicieron comprender que sería mejor que este episodio no se repitiera.
Al día siguiente salimos, y Carlo me rogó que fuéramos a saludar a Jesús. Le expliqué que no podíamos desobedecer a sus padres. «Pero Bea», me dijo, «no puedo dejar de visitar a mi amigo. Este será nuestro secreto».
Solo que, en cuanto llegó a casa, corrió radiante a sus padres para contarles todo. Era evidente que nadie podía frenar su entusiasmo, y desde entonces no pasaba un día sin que fuéramos juntos a la iglesia. A menudo íbamos a Misa en Santa Maria delle Grazie, llevábamos ofrendas al altar y nos deteníamos a hablar con los frailes. Rezábamos ante muchos sagrarios. Carlo no entendía que solo había un Jesús, así que si entrábamos en una iglesia a la que nunca habíamos ido, por la noche les decía con alegría a sus padres: «Hoy conocí a otro amigo, a otro Jesús».
Y sus padres, un poco escépticos al principio, ¿cómo reaccionaron?
Confiaban en mí. Y estaban contentos con la relación que se había desarrollado entre Carlo y yo. Entonces comprendieron que la fe era fundamental para mí: habían visto que en mi maleta tenía la Biblia, el librito de oración para mi Primera Comunión, las estampas de Nuestra Señora de Czestochowa [Virgen Patrona de Polonia, cuya devoción popularizó el Papa San Juan Pablo II]. Recuerdo, como si fuera ayer, aquella conversación que Carlo y yo tuvimos sobre el color de la piel de Nuestra Señora de Jasna Góra [pueblo donde se encuentra el Santuario de Czestochowa]. Él insistía en que era negra, y yo intentaba explicarle que el color se debía a las varias capas de barniz oscuro que se aplicaban para preservar la pintura. Y entonces recuerdo que todas las noches nos arrodillábamos junto a la cama y rezábamos, a menudo rezando el rosario. Tenía un rosario pequeño, de unas diez cuentas, que sostenía en la mano cuando se dormía, y por la mañana lo encontraba en la cama. Siempre he rezado en polaco, así que Carlo aprendió primero todas las oraciones en mi idioma y luego, al crecer, también en italiano.
Si tuvieras que describir a Carlo, ¿qué adjetivos usarías?
Era un niño alegre y radiante. Tenía rabietas, pero pocas. Nunca me hacía perder los estribos. De hecho, pensándolo bien, quizás a veces lo hacía llorar, injustamente, porque estaba cansada y no quería darle algo que podría haberle dado. Y Carlo hacía muchísimas preguntas; quería comprender, profundizar. Era muy inteligente, capaz de captar la complejidad y los innumerables matices de la realidad. Tenía una familia hermosa, rodeada de personas inteligentes y cultas que lo querían y lo inspiraban enormemente. Cada uno tenía su propia personalidad. Incluso de niño, supo cómo relacionarse con cada uno de ellos y cómo sacar lo mejor de ellos. Y Carlo no temía el juicio de los demás; seguía su propio camino...
¿Qué quieres decir?
Recuerdo cuando fuimos a la fiesta de cumpleaños de un amigo suyo. Llevaba mis inseparables zuecos y el rosario que me regalaron para mi Primera Comunión colgado del cuello. Zuecos y rosario no eran precisamente un estilo en el centro de Milán [capital de la sofisticada moda italiana] por aquel entonces. Oí a algunas madres burlarse de mí, e instintivamente escondí el rosario dentro de mi camisa. Carlo se dio cuenta y me dijo con gran entusiasmo y frescura: “¡Bea, es el collar más bonito del mundo, no lo escondas!”. Todavía puedo oír su voz y se me pone la piel de gallina.
¿Testificaste en el proceso de canonización?
Sí, horas de interrogatorio en la Curia de Milán. Juré sobre la Biblia decir la verdad. No puedo decir nada, pero fue una sensación increíble.
¿Te cambió Carlo?
Carlo me hizo madurar. Cuando lo conocí, era una niña. Con él aprendí a criar a un hijo. Él y su familia, con quienes siempre he mantenido un vínculo estrecho, me enseñaron muchísimo. Viví con ellos tres años, luego me enamoré y en 1996 me casé y tuvimos un hijo. Sé que Carlo sufrió mucho por esta separación. Solo tenía cinco años. Pensé en mí misma, en mi felicidad, y quizás no lo protegí a él, a sus emociones. Todavía hoy me pregunto sobre esa separación, tan dolorosa para ambos. Sin embargo, nunca dejé de verlo. Lo visité varias veces con mi hijo Konrad, e hicimos viajes y vacaciones juntos con su familia. Antonia y yo hablamos a menudo.
Carlo falleció en 2006. ¿Ha tenido algún impacto en tu vida desde entonces?
Inmediatamente después de su muerte, lo veía por todas partes. Un día, paseando por Corso Sempione [un largo paseo flanqueado de árboles en Milán], encontré una cartera con mucho dinero. La llevé a la comisaría. Poco después, me llamaron para decirme que la dueña quería darme las gracias. Vino a mi casa con una orquídea gigante; empezamos a hablar y descubrí que era la profesora de gimnasia de Carlo en el instituto Leone XIII.
Sueño con él a menudo y siempre reaparece en mi vida. La semana pasada estuve en Czestochowa, un lugar fundamental para mí. Empecé a hablar con una monja que fue mi guía en el santuario y me contó con entusiasmo que acababa de llegar una reliquia de Italia: «Una reliquia de Carlo Acutis. ¿Has oído hablar de él?». Dudé un momento, pero no pude resistirme a decirle quién era. Me abrazó y corrió a llamar a otras monjas para que vinieran a conocerme. Me han invitado a comer en su casa cuando regrese a Polonia, porque quieren saberlo todo.
Carlo forma parte de mi vida y le doy las gracias cada día: me siento muy privilegiada de haber estado cerca de él y también muy afortunada por todas las cosas buenas que he recibido. Tengo mucha esperanza en él. La canonización es solo el comienzo de una historia maravillosa. Muchas más cosas sucederán gracias a Carlo.



