El Día que el Papa Francisco hizo triunfar la Cruz sobre el Mundo
El 27 de marzo de 2020 el Papa Francisco, solo, bajo la lluvia, marcó lo que podría ser el momento más emblemático y conmovedor de su pontificado. Y un video recuerda el momento
Eran los días más aciagos de la pandemia. Día de encierro, muertes, rumores, aislamiento y terror.
Pero por unas horas, el mundo centró su mirada en la única figura que podía erigirse como fuente de consuelo: el Sumo Pontífice, el Sucesor de Pedro.
La Statio Orbis es una celebración litúrgica especial que simboliza la unidad espiritual de toda la Iglesia. Generalmente se realiza en contextos muy significativos. En este caso, fue convocada por el Papa como una oración extraordinaria en tiempo de pandemia, con adoración eucarística y bendición Urbi et Orbi (a la ciudad y al mundo), que normalmente solo se hace en Navidad, Pascua y tras la elección de un nuevo Papa.
La Plaza de San Pedro estaba completamente vacía, bajo una lluvia persistente que acentuó el dramatismo y simbolismo del momento.
El Papa caminó solo hacia el atril, con paso lento, bajo un cielo gris, transmitiendo un fuerte mensaje de soledad compartida con toda la humanidad.
En el atrio de la Basílica solo se encontraba el crucifijo milagroso de San Marcelo (sobreviviente de un incendio en 1519) y el ícono de la Virgen "Salus Populi Romani", dos símbolos de protección que han acompañado al pueblo romano en momentos de crisis.
Mientras el silencio y la lluvia se convertían en un lenguaje espiritual, la meditación del Papa se basó en el pasaje del Evangelio de Marcos (4, 35-41), cuando Jesús calmó la tormenta luego que los discípulos sintieran miedo en la barca.
Y allí pronunció palabras inolvidables:
Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y de un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas.
Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa.
Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados, pero al mismo tiempo importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.
En esta barca… estamos todos.
Abrazar su cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un momento nuestro afán de omnipotencia y posesión para dar espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar.
La bendición Urbi et Orbi fue impartida con el Santísimo Sacramento. Fue un momento de consolación global, visto en directo por millones de personas en todo el mundo, de distintas religiones o sin fe. Se convirtió en uno de los eventos más potentes del papado de Francisco, cargado de humanidad, fe y compasión universal.