Bertomeu vs la Realidad
Mientras el “007” de la Iglesia espera una decisión del Papa León, muchos de los “muertos” que mató gozan de buena salud
Jordi Bertomeu Farnós -”007” para sus amigos-, espera la decisión del Papa León XIV
Mi trabajo apostólico-periodístico sigue llevándome de un lado a otro: Estados Unidos, Europa, América Latina… y, para mi sorpresa —o quizá no tanta—, de nuevo a Lima.
Lima: ciudad donde nací, donde se fundó el Sodalicio de Vida Cristiana, y donde pasé muchos de mis primeros años dentro de esa comunidad que hoy solo existe en la memoria… y en las pesadillas de algunos.
La disolución del Sodalicio
El Sodalicio de Vida Cristiana está muerto. Lo ejecutó Jordi Bertomeu —con la rúbrica de Francisco—, junto a dos comunidades femeninas: la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y las Siervas del Plan de Dios. Todas, criaturas de Luis Fernando Figari. El acta de defunción invocaba “ausencia de carisma”.
Muchos se preguntan —con razón— por qué otras comunidades con fundadores igual o más impresentables sobreviven tras reformas, mientras el Sodalicio fue enviado al cementerio sin funeral. Solo Bertomeu podría dar la respuesta.
El discernimiento de carismas en la Iglesia es un terreno donde confluyen teología, espiritualidad y la impredecible acción del Espíritu Santo. Un terreno para el que Bertomeu jamás tuvo ni la hondura, ni el saber, ni la gravitas. Él es un simple contador disfrazado de agente secreto: un “007” con muchos más ceros que sietes.
Las quejas
Al llegar al Perú —país política y eclesialmente tóxico— uno descubre una paradoja curiosa: quienes impulsaron y celebraron la supresión del Sodalicio parecen querer que reviva… solo para matarlo otra vez, esta vez de manera más lucrativa.
El problema, como siempre, es el dinero. Los míticos mil millones de dólares —los MMM— que, según la leyenda urbana, el Sodalicio escondía en algunas bóveda secretas, no existen. Y da igual cuántas “investigaciones” publique Paola Ugaz, la “especialista” autoproclamada en las finanzas del difunto: el tesoro es tan real como el Arca perdida en versión Hollywood.
Los detractores, que ya aplastaron el limón, ahora quieren sacarle jugo a la cáscara seca. Pretenden que el Papa León XIV —prácticamente peruano, e implicado en la supresión— agite su báculo y materialice los MMM.
La realidad no es bienvenida
El total de los bienes con el que contaba el Sodalicio han sido consolidados y puestos a disposición de la Santa Sede. Y la cifra, comparada con los MMM, es microscópica. El Papa León no puede cambiar esto por dos razones:
Lo que fué el dinero operativo del Sodalicio está en manos de asociaciones civiles legítimas y autónomas. Están legalmente constituidas, no son entidades eclesiales y actúan con la libertad que les concede la ley, allí donde se encuentren. Y no hay maniobra canónica -y mucho menos mediática- que cambie la realidad. Esto se le explicó a un petulante Bertomeu hasta el agotamiento. Pero él prefirió la novela de los MMM y pasó a la acción: amenazas, acusaciones de corrupción, promesas de investigaciones en EE. UU., ataques de ira, movilización de sus Moneypennys… ¿Resultado? El “tesoro” está tan fuera de alcance como la Atlántida.
El Papa León es un jurista serio. Doctor en Derecho Canónico, ex Superior General agustino y, como buen norteamericano, devoto de the rule of law, la prevalencia de la ley. A diferencia de Bertomeu, cree que las leyes se aplican… y se cumplen.
Los enemigos del Sodalicio lograron su objetivo: lo borraron del mapa, coronaron campeón a Bertomeu y le dieron vueltas olímpicas. Pero ahora él carga con el muerto y, lo que es peor, con las promesas que vendió. En las películas de Bond, la trama termina con la muerte del villano y un beso glamoroso; pero en la realidad el “villano” ya desapareció… y el 007 se ha quedado con la factura de un botín inexistente.
Una obsesión patológica
Para estar muerto, el Sodalicio tiene una capacidad admirable de rondar como fantasma. En Lima y fuera de ella, veo ex hermanos en discernimientos variados: unos se unen a otras comunidades, otros quieren fundar nuevas, otros optan por el matrimonio. Pero todos saben que el Sodalicio ya no existe y saben que deberán seguir con su compromiso cristiano de otra manera. Con esa realidad, ya han hecho las paces.
Curiosamente, el único lugar donde sigue vivo es en la mente febril de sus detractores. Rumores, diatribas, necrofilia periodística… la película de su muerte en constante “replay” pero con nuevos efectos especiales.
Bertomeu, Grado 33 en el arte de hablar más de la cuenta, sigue brindando por su victoria. Y no le tiembla el pulso al repetir que expulsó a una quincena de sodálites pese a que ya sabía que iba a suprimir el Sodalicio —incluido quien escribe— “para humillarlos”. Un acto no muy cristiano, como puede verse; pero ¿Quién se cree el Evangelio para cuestionar las decisiones del James Bond de la revista Vanity Fair?
Sin embargo, sus aduladores empiezan a impacientarse. Quieren la recompensa y exigen ver el decreto de disolución. No sé si el documento es “secreto” ni me importa: ya no soy religioso, no le debo obediencia a ningún secreto. Y puedo decir que lo esencial del decreto se traduce en esto:
Todo el patrimonio del Sodalicio debe consolidarse y liquidarse. (El dinero en efectivo está consolidado y cualquier propiedad inmueble ya ha sido abandonada por los otrora sodálites y está lista para que Bertomeu encuentre el mejor comprador y obtenga el mejor beneficio)
Bertomeu debe crear y presidir una comisión que reparará a las víctimas.
Las inscripciones como víctima se podrán realizar durante un plazo específico; una ventana de tiempo de pocos meses, que Bertomeu debe fijar y anunciar públicamente.
La comisión deberá evaluará quién es en efecto una víctima y cuánto se le paga, en proporción al daño recibido.
Esas indemnizaciones solo se calculan sobre el dinero real. Es decir, lo que quede en la mano de Bertomeu. Los MMM no entran en la ecuación, porque no existen.
Además, por el mismo decreto, ningún ex sodálite puede intervenir en este proceso, aunque así lo solicite Bertomeu. Esta es, por tanto, la hora de Bertomeu. El escenario, el libreto y las luces son solo suyas.
Solo falta ver si el Papa León XIV lo renueva como liquidador. Un cargo, por cierto, que solo el Papa puede quitar o dar.
Azotando al caballo difunto
En ingles se usa la frase de flogging a dead horse para describir un esfuerzo tan compulsivo como inútil. Pero los detractores del Sodalicio parecen no haber aprendido ni el idioma ni el concepto.
Mis hermanos tienen diversas opiniones y expectativas de cómo decidirá León XIV respecto del proceso que debe seguir a la disolución. Mi opinión personal es que el Papa debería dejar al James Bond catalán a cargo. Que él solito sea “Bertomeu… Jordi Bertomeu” y enfrente las expectativas que creó con la “patente de corso” que le dio Francisco. La primera parte -matar al Sodalicio- la hizo con licencia para matar, labia desbordada, violación suprema de procesos y decretos fulminantes… que siempre firmaba con mano ajena.
Pero ahora él es the last man standing, el último hombre, por su propio diseño y vanidad.
Mientras tanto, la realidad se ríe
Bertomeu disolvió el Sodalicio, la Fraternidad Mariana de la Reconciliación, las Siervas del Plan de Dios y, en un arranque de omnipotencia, el Movimiento de Vida Cristiana.
Pero disolver un movimiento de fe es como abolir la ley de la gravedad: buena suerte con eso.
Hoy por ejemplo recibí, en un grupo de WhatsApp que antes era del Movimiento en EE. UU. —hoy sin nombre ni logo pero con una lista creciente de miembros—, la invitación a una novena a Nuestra Señora de la Reconciliación. Respuesta: masiva. Yo, por supuesto, ya estoy dentro.
¿Qué norma de la Iglesia o que pataleta de Van Helsing puede impedir que un grupo de fieles se asocie libremente para rendir homenaje a una legítima advocación mariana? ¿Cómo puede ser reprobable para la Iglesia que un grupo de fieles cree comunidad para orar, confraternizar, servir y buscar la santidad?
Y en otros países, la efervescencia espiritual es igual o mayor: ex hermanas organizando nuevos apostolados, ministerios de servicio a los pobres que siguen intactos, laicos reuniéndose con ex consagrados para recibir orientación para su vivencia de fe cotidiana… porque ni Bertomeu ni sus decretos pueden prohibir la amistad ni el bien espiritual.
Llamar a esto “desobediencia” o “subterfugio” es desconocer la ley de la Iglesia… y la naturaleza humana.
Yo no soy sodálite —me expulsaron y el Sodalicio ya no existe—, y públicamente me identifico como como ex consagrado o como un laico soltero; tal como lo requiere el respeto a la autoridad papal. Pero sigo convencido de mi llamado a la vida consagrada. Y la vivo. Punto.
Para Bertomeu y compañía, que haya vida después de la disolución será siempre un aguijón en la carne.
La vida cristiana no pide permiso
Pero la vida cristiana es como el agua de un río. Si la cortas de una forma, seguirá de otra. Es simplemente la ley de la naturaleza. Hoy me sigo reuniendo con los varones de matrimonios jóvenes que formalmente acompañaba cuando era sodálite. Ellos siguen confiando en mí y yo en ellos. Y aunque ya no existe un lugar oficial dónde reunirnos, lo seguimos haciendo cada mes, sin menos fervor ni menos entusiasmo.
Y esto es nada comparado con el testimonio de perseverancia, creatividad y entusiasmo que veo entre tantos ex miembros del otrora Movimiento de Vida Cristiana que hoy alimentan un movimiento que, sin nombre oficial, sigue siendo… de vida cristiana.
No cuento esto para provocar —aunque sé que lo hará—, sino para dejar claro que la vida cristiana seguirá, con o sin Bertomeu, sin que nadie tenga que rendirle pleitesía al 007.
Porque lo que está ocurriendo es simplemente eso: la vida sigue. Y, cuando se trata de la vida cristiana, sigue con una fuerza no humana que ningún decreto puede matar.
Bertomeu es un delincuente que solo busca dinero